Jorge Mario Jáuregui: El rol del arquitecto en la participación

En el recorrido del aeropuerto de Santiago a la ciudad de Talca entrevistamos a Jorge Mario Jáuregui, arquitecto argentino, que reside hace décadas en río de Janeiro. Cómo se originó el programa Favela Barrio, su participación en éste y el rol fundamental que un arquitecto puede tener en la articulación de los distintos procesos de participación ciudadana, son temas que aborda la entrevista.
En 2004, la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca dio inicio al Taller de Obra, proceso que involucra investigación, proyecto y construcción para indagar en las maneras de la modernización del territorio asociado al Valle Central de Chile. La versión 2006 del taller se desarrollará en Curtiduría, un pueblo de 100 habitantes ubicado a orillas del río Maule y que forma parte de una delicada filigrana de pueblos, que se sitúan a la vera del afán de desarrollo que caracteriza hoy por hoy a Chile. Se trata de comunidades sin servicios o que son insuficientes para atender las necesidades de los viejos y niños que permanecen en el pueblo, cuando aquellos en edad de trabajar emigran a la periferia de las ciudades cercanas intentando mejorar su calidad de vida.
A esta versión del Taller de Obra asistió Jorge Mario Jáuregui, arquitecto argentino que reside desde hace décadas en Río de Janeiro, donde participó en el programa Favela Barrio, que incentivó la participación ciudadana. Y compartió algunas de sus experiencias.

¿Cuál es el rol del arquitecto en el proceso de participación?

Entre un arquitecto y la comunidad siempre tiene que haber un diálogo de igual a igual. Es necesario establecer transferencias psicoanalíticas, donde la individualidad del proyectista se conecte con la subjetividad de las personas, que finalmente es la demanda. Esta demanda hay que escucharla de la manera que enseñó Freud, que es con una tensión flotante y una asociación libre. Como hacía Freud para interpretar el discurso del sujeto en el diván.
Cuando yo era militante de la Juventud Peronista, llegábamos a un barrio con micrófono y decíamos: “somos del equipo político-técnico”. Así convocábamos a la gente que se reunía en un gran patio debajo de los árboles y sobre los caballetes íbamos haciendo los dibujos de lo que la gente iba diciendo, pero en una total inconciencia desde el punto de vista disciplinar, porque era un poco lo de los surrealista del escrito automático, como si nuestra mano fuera dibujando lo que los otros querían.

Ahora es distinto, porque antes este proceso no tenía relación con el psicoanálisis. Jamás hay que responder directamente a la demanda, sino interpretarla. Respuesta directa e interpretación son dos cosas muy diferentes, entonces, no es que haya que hacer lo que el otro pide.
Cuando se llega a un lugar, se genera una tensión flotante donde los factores no tienen jerarquías, eso se sabe después de hacer los análisis particulares de casos, y de que se ha caminado y escuchado mucho el lugar. Como decía Paul Klee, “hay un ojo que ve y el otro siente”. Una ciudad no llega por los ojos o por los pies, sino por un recorrido por el que vamos caminando e impregnándonos. Es el afectar y ser afectado. ¿Cuánto somos capaces de dejarnos afectar? ¿Y cuánto afectamos a las personas del barrio?

¿Son necesarios una responsabilidad política y un interlocutor en el lugar para llevar adelante un proceso de participación?

No se puede urbanizar un lugar si no hay responsabilidad ciudadana y un interlocutor válido representativo, elegido por la comunidad. La primera misión es identificar ese interlocutor. También puede ser una tarea contribuir a que se cree.

¿Cómo ocurrió ese proceso en el caso específico de Favela Barrio, en Brasil?

Por ejemplo en Rocinha, una favela muy grande de Río de Janeiro, hay tres asociaciones de juntas de vecinos con diferentes momentos de formación histórica. En otras favelas, de entre 3.500 a 5.000 familias, hay una o dos juntas. Hay una de 12.000 familias que tiene una sola. El dirigente era un tipo confiable con el que se sabía que realmente representaba los intereses de la mayoría. Porque no se puede hacer un proyecto con la participación de todo el mundo al mismo tiempo.

¿Cuál es la manera de incorporar a la comunidad en procesos de participación ciudadana en relación a proyectos urbanos?

La comunidad actúa como cliente. Uno siempre debe tratar de conquistar a un cliente, pero nunca engañarlo. No demostrar algo que, talvez, después no seamos capaces de hacer. Hay una cuestión ética importante que dice hacer lo que debe ser hecho. En ese sentido, no hay que dejarse engañar por el poder económico que tiene un doble aspecto: permite materializar, pero también destruye en función de maximizar los lucros, como dice Caetano Veloso: “la fuerza del dinero que levanta y destruye cosas bellas”. La relación con la demanda se basa en la confiabilidad y el diálogo. Caminando el lugar, entendiendo, escuchando cuál es la historia y los problemas. Además, es importante ejemplificar tu experiencia y demostrar tu trayectoria.

¿Cómo se entendería la función contemporánea de la disciplina?

En este tema, está de un lado lo específicamente disciplinar, desde el urbanismo, que es lo que se puede hacer para ayudar a transformar. Por otro lado, está la participación de la gente, escuchando las demandas e interpretando lo que eso significa. Y, por último, están las políticas públicas locales, que es lo que se hace desde el poder público y que es lo que nosotros podemos hacer e imaginar para intervenir y provocar tanto a los sectores públicos como la conciencia de la población. Un cambio de actitud frente a lo que se viene haciendo. Nuevos abordajes y nuevas lecturas. Esta tarea cívica de difusión, de concientización, tiene que ver con los estratos medios técnicos. En ese sentido, la técnica puede ser buena o puede ser una desgracia porque, como decía el Che Guevara, “el arma no tiene ideología, depende de quien la empuñe”.

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