Sistemas constructivos de materialidad sustentable: Una cualificación de la ruralidad

En un lento proceso que ya lleva más de 100 años, las preocupaciones de la arquitectura se han ido alejando de la tradición para acercarse a la modernidad, no sólo a través de sus espacialidades en constante evolución, sino que también por sus maneras de materializar estos espacios con materiales producidos en el mundo industrializado y en tiempos apresurados por la vorágine de lo cotidiano.

La materia

La materia en su estado primigenio, así como la condición in-disímil de la obra arquitectónica, constituyen un derrotero declarado hace ya un par de décadas por la escuela Suiza, y evidenciado en obras como el pabellón de ese país para la exposición internacional de Hannover, de Peter Zumpthor, o los viñedos Dominus en Napa Valley, de Herzog y De Meuron. Ambos casos son ejemplos de una manera de materializar los edificios en base a materias en estado primigenio y con técnicas que vienen de mundos tan diversos como la ebanistería y la contención de ríos. Ahí relatan un vínculo con la materia que no sólo las construye, sino que las cualifica de un modo tal que las condiciones y expresividades de su materialidad se ven transferidos a la obra inequívocamente.

En este traspaso se ve reflejado también el know how local de quienes han aprendido a trabajar con esos materiales, sólo a pulso de experiencia y tradición. Es en este traspaso que la arquitectura logra enriquecer su vínculo tanto con el paisaje a través del material, como con el paisaje a través de su contacto y relación con la cultura local.

“Siento respeto por el arte del ensamblaje, por las aptitudes de los constructores, artesanos e ingenieros. Me impresiona ese saber sobre la producción de cosas que sirve de base a sus capacidades y por ello intento proyectar edificios que hagan justicia a dicho saber y que sean también merecedores de plantear un desafió a esas aptitudes.”

El trabajo con estos materiales en su estado primigenio, entonces, no sólo aporta a una arquitectura que se funda en su paisaje a través de la materia que lo constituye, sino que también incorpora el saber hacer propio de la experiencia en los lugares donde ese hacer es artesanal y a la vez iterativo en su ciclo diario, pues se nutre del día a día del lugar.

En la Región del Maule, como caso particular, existen los más altos niveles de ruralidad a nivel nacional, según datos aportados por el censo de 2002, donde un 33 por ciento de la población vive en situación rural y, por tanto, distante tanto de los materiales producidos por la industria, como de sus procesos constructivos. Es por ello que este contexto −rico en ejemplos de saber hacer local acumulado en años de autoconstrucción y de aprovechamiento de los materiales locales− es una inmensa fuente de ejemplos de nuevas articulaciones entre los espacios y sus materias.

La materia

La vida útil de los materiales, así como la de las obras de arquitectura, está cada vez más restringida. El arquitecto contemporáneo debe hacerse cargo de cómo su obra se materializará, pero también de cómo se desmaterializará en un futuro cadea vez más próximo, dada la sociedad de consumo imperante.

Por lo general, el uso de materiales industrializados y comercializados implica cierta condición temporal de la cual los arquitectos hoy no somos del todo conscientes. La durabilidad de los componentes que habitualmente incluimos en la ejecución de nuestra arquitectura tiene algunas limitantes de tiempo, generalmente indicadas por el proveedor como “garantía de producto” (cuya cobertura comúnmente se ubica en un rango que va desde el día 1 hasta los 30 años, dependiendo del producto y del fabricante). La pregunta que surge entonces es qué es lo que sucede con estos materiales una vez que su garantía o vida útil ha expirado.

Esta condición temporal se relaciona directamente con los volúmenes de desechos producidos por la construcción en sus procesos (léase construcción propiamente tal, demoliciones de edificaciones envejecidas, o la remoción de elementos en deterioro). Por ejemplo, según Conama, durante 2005 en la Región Metropolitana se produjeron 2,7 millones de toneladas de residuos domiciliarios, de los cuales estamos conscientes como comunidad, mientras se indaga acerca de su eventual reciclamiento. Por contraste, de desechos de la construcción se produjeron 5 millones de toneladas, poco menos que el doble de la cifra anterior y respecto de los cuales no tenemos conciencia ni sabemos cuál será su destino.

El uso de estos materiales industrializados también comprende una pericia que difícilmente alcanza contextos geográficos distantes de los centros urbanos donde ésta se pone en práctica a diario, donde sí se ejercita, se perfecciona y comunica este conocimiento entre cuadrillas.

Vínculo

Una manera de relacionar la temporalidad de las obras y sus materialidades (entendiendo la materia en tanto cualificadora de espacios y vinculante con el medio social en el que se inserta) ha sido la búsqueda de la escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca en los últimos 4 años. En este laboratorio se ha puesto en práctica estos conceptos, a través de su taller de obras, realizado cada año en localidades rurales de la Región del Maule.

Tanto las experiencias prácticas como las teóricas han avanzado en la búsqueda de sistemas constructivos, en base a materialidades existentes que incorporen el aprendizaje del saber hacer local como manera de materializarse. Con esto se pretende aportar desde un hacer consciente al arquitecto en proceso de la brecha entre la obra y el residuo de la construcción, asignándole una segunda vida útil a los materiales disponibles en las localidades a trabajar. Muchos de estos materiales son producto de desechos de producciones agrícolas, otros simplemente están disponibles en el entorno natural (tanto vegetal como mineral).

En la versión 2006 del taller de obras realizado en Curtiduría, localidad rural a orillas del río Maule, nacieron 100 prototipos diseñados y construidos por alumnos de 2º a 4º año, como resultado de la búsqueda de una definición del elemento constituyente de cielo, suelo o paramento vertical, y articulando materiales existentes o en desuso en el mismo lugar. Desde la exploración se abrió la posibilidad de los espacios que estos nuevos sistemas constructivos podían cualificar. La pregunta material precedió a la respuesta espacial.

Esta búsqueda inicial abre entonces la pregunta acerca de la temporalidad de las obras en contextos rurales y de cómo estos espacios intermedios se materializan. Con estas aproximaciones se pretende, en primera instancia, ligar a la comunidad con las obras construidas a través de procesos participativos en el lugar, pero como fin último se busca generar nuevas economías, asentadas en la valoración de su modo de vivir (a través de entender su manera de habitar y del valor de su saber hacer).

A través de experiencias como éstas y de la posibilidad de medir algunos de estos nuevos sistemas, para potenciar sus posibilidades de aplicación, se forman sistemas sustentables que valoran el saber hacer atesorado en tradiciones de haceres cotidianos nutridos solo de lo disponible, abren nuevas posibilidades de cualificar espacios que se acerquen a especialidades de mediación con el clima y de guarida de la producción, y por último, se acercan los tiempos entre la obra, su materia y el retorno silencioso de ésta a su lugar de origen.

Blanca Zúñiga Alegria

Arquitecto de la Universidad de Chile y Master of Arts in Housing and Urbanism de la Architectural Association, Londres. Actualmente se desempeña como Profesor Asistente en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca.

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