¿Qué hacemos con el Diego Portales?

Esta pregunta se planteó en el número anterior de CA, junto a una imagen del edificio herido por el devastador incendio ocurrido en marzo pasado. Se trata de una pregunta que se hacen muchos ciudadanos y para la cual aún no existe respuesta oficial. Aquí, uno de los arquitectos que participaron en su creación plasma sus recuerdos y plantea una solución.

Quienes vivimos la experiencia de participar en la ejecución de la obra y nos involucramos en la apuesta difícil de ganar, por el plazo disponible y lo exigente del programa solicitado para el edificio, creemos tener una respuesta para la pregunta ¿Qué hacemos con el Diego Portales?, planteada en el número anterior de revista CA.

Hay que hacer historia. Cuando en marzo de 1971 se debatió en Ginebra la próxima sede de la conferencia mundial UNCTAD, nuestro país tomó esa opción. Y cuando se confirmó esta responsabilidad, no se desconocía el enorme esfuerzo que iba a significar implementarla. Pero predominó la determinación de aprovechar la oportunidad de mostrar al mundo la realidad interna del país y los logros alcanzados, que frecuentemente eran tergiversados por la prensa internacional.

En efecto, la conferencia programada para abril de 1972 significaba la presencia de ciento cuarenta países, más de tres mil delegados y prensa de todo el mundo. El gobierno actuó con la rapidez requerida, pero con cautela. Nombró un Comité Técnico Asesor, conformado por distinguidos arquitectos y cuyo informe fue categórico: no existía en el país un edificio que reuniera las características solicitadas por Naciones Unidas y la solución era construir un edificio ad-hoc. El Comité propuso un terreno que era propiedad de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), donde en definitiva se ejecutó la obra y designó a cinco arquitectos provenientes de diferentes oficinas, para constituir la que se llamó Oficina Técnica UNCTAD III, a cargo del proyecto de arquitectura y el alhajamiento.

El equipo de arquitectos tuvo la más plena libertad para abordar el tema. Pero sabía perfectamente que, además de las variables típicas de programa, espacio de terreno disponible, costos razonables, técnicas a la altura de lo mejor que podía ofrecer nuestra industria, estaban dos condiciones que debía asumir el diseño. Uno: incluyendo los estudios, se contaba con la cuarta parte del tiempo “normal” para proyectar, construir, alhajar y poner en uso el conjunto. Y dos: cómo se iba a reutilizar post conferencia este programa de cuarenta mil metros cuadrados y un costo de treinta millones de dólares. Ningún país podía hacer un esfuerzo semejante para un evento que duraba cuarenta días, sin sustentar un uso posterior a la altura de la inversión. Y el gobierno del Presidente Allende desde el principio tomó el compromiso de reciclar el edificio en un Centro Cultural. Así está en la Ley 17.457, que creó la Comisión UNCTAD, es decir, la vocación cultural del edificio data desde su nacimiento y estuvo presente en su proceso proyectual.

Una vez terminada la Conferencia, se creó el Centro Cultural Gabriela Mistral. Antes de disolverse, la Oficina Técnica abordó el estudio de adecuación de los espacios con este objetivo, para lo cual contó con la asesoría de numerosos representantes de disciplinas artísticas. Se empezó a implementar esta fase del edificio, especialmente en la Placa, y hasta hoy permanece en el recuerdo de mucha gente el haber hecho uso del Casino y otros recintos abiertos al público.

El 11 de septiembre de 1973 cambió radicalmente el proceso. La Moneda destruida puso al nuevo gobierno en situación de buscar un edificio adecuado para instalarse y encontró en la ex UNCTAD un espacio que le permitió disponer de oficinas (torre) y reuniones de diverso tipo (placa). Curioso este destino absolutamente impensado. Pero tuvo un efecto muy negativo para el edificio en su relación con la gente y en su vocación de origen. Por razones inherentes a la nueva función, sufrió una mutación de carácter defensivo, cerrándose, acorazándose y mostrando una expresión hosca al entorno.

La vuelta del Gobierno Militar a La Moneda no terminó con este estado de cosas. El edificio pasó a ser dependencia del Ministerio de Defensa. Nada más inadecuado en cuanto a programa. Este Ministerio no desarrolló ninguna función en la Placa, que se vio obligado a administrar por razones que le son ajenas, con permanente déficit presupuestario, lo que le impidió durante años hacer un mantenimiento adecuado a las instalaciones. Innovaciones o mejoramientos, menos. La ubicación lógica de este Ministerio y sus cinco Subsecretarías, todas ligadas a las ramas de la Defensa, fue el Barrio Cívico donde estuvo siempre.

La instauración de la Democracia y de cuatro gobiernos concertacionistas, no han cambiado las cosas. Esto sí es difícil de entender, y no es porque no se hayan hecho gestiones y no se hayan tomado iniciativas tratando de liberar al edificio de sus actuales compromisos administrativos.

Sobrevino el incendio y quizás ocurre aquello de que “no hay mal que por bien no venga”. Ha habido preocupación de la gente, que se ha manifestado en la prensa, se espera algo. Constantemente, el Ministerio debe dar alguna explicación. Vaga, como que se está limpiando. Cierto. Que se trabaja el tema de los seguros comprometidos. Cierto. Pero el tema principal, el cual es qué vamos a hacer con el Diego Portales, sigue en el aire.

La respuesta que nosotros daríamos es que se reconstruya la parte siniestrada, rehaciendo la techumbre característica del conjunto y cuyos grandes pilares en cruz de quince metros de altura están intactos. Han surgido opiniones de arquitectos que han propuesto “aprovechar” el incendio para acortar el edificio y así aumentar el espacio libre. Una propuesta de esa naturaleza solo revela liviandad e ignorancia para enfrentar un tema en que están en juego valores patrimoniales y el respeto que merece una obra emblemática. Por otra parte, también se ha pensado -y lo compartimos- implementar sobre la techumbre una gran área verde accesible para la gente. Bajo esta gran techumbre es necesario flexibilizar los volúmenes, para lograr transparencia y mayor comunicación del edificio con su entorno. Es el momento de reemplazar terminaciones que cumplieron su vida útil y, con el aporte de la industria del acero de nuestro país, renovar la expresión con introducción de colores y una iluminación acorde a las funciones y espectáculos de un gran Centro Cultural.

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